Artículo Criminología electoral y posicionamientos de campaña: inseguridad, proximidad y liderazgo en las elecciones presidenciales de Argentina de 2015Electoral Criminology and Campaign Positioning: Insecurity, Proximity, and Leadership in the 2015 Argentine Presidential ElectionsCrime eleitoral e posicionamentos de campanha: insegurança, proximidade e liderança nas eleições presidenciais da Argentina de 2015 |
Mercedes Calzado1
1 0000-0003-0211-6480. Universidad de Buenos Aires, Argentina. [email protected].
Recibido: 28/01/2019
Enviado a pares: 04/02/2019
Aprobado por pares: 05/03/2019
Aceptado: 28/03/2019
Para citar este artículo / to reference this article / para citar este artigo : Calzado, M. (2020). Criminología electoral y posicionamientos de campaña: inseguridad, proximidad y liderazgo en las elecciones presidenciales de Argentina de 2015. Palabra Clave, 23(3), e2333. DOI: https://doi.org/10.5294/pacla.2020.23.3.3
Resumen La seguridad urbana es parte central de los posicionamientos políticos en las campañas latinoamericanas en los últimos años. La elección presidencial en Argentina de 2015 estuvo signada por las intervenciones políticas frente a la inseguridad en tanto emergente de la preocupación social. El objetivo de este artículo es revisar las formas en que los candidatos presidenciales se posicionaron en el campo político a partir del discurso sobre la seguridad urbana. En términos específicos, el artículo revisa la forma en la que los dos principales candidatos opositores de la elección presidencial argentina de 2015 utilizaron sentidos vinculados al crimen y cómo desde ellos se ubicaron en la contienda. El trabajo parte de la hipótesis según la cual ante una coyuntura de descreimiento de la ciudadanía sobre la política y las instituciones, los candidatos optan por utilizar los discursos sobre el crimen como modo de situarse frente al electorado. A partir de un estudio cualitativo y desde la perspectiva del análisis del discurso sobre material de campaña, los resultados muestran cómo el tratamiento sobre el crimen funciona como un generador de empatía con el electorado, a la vez que permite a los candidatos posicionarse asimétricamente en tanto líderes capaces de gobernar el conflicto social. Palabras clave (Fuente tesauro de la Unesco): Campo político; instituciones políticas; campañas presidenciales; jefe de estado; discursos punitivos; discursos; seguridad; Argentina. |
Abstract In recent years, urban security has been central to political positioning in Latin American campaigns. The 2015 presidential election in Argentina was marked by political addresses on insecurity as an emerging social concern. This article intends to review how presidential candidates positioned themselves in the political field using speeches about urban security; specifically, it examines how the two main opposition candidates of the 2015 Argentine presidential election used crime-related concepts to help them stand in the race. It starts from the hypothesis that, at a conjuncture of citizens’ disbelief at politics and institutions, candidates choose to deliver speeches on crime as a way of positioning themselves among the electorate. Based on a qualitative study, and from the perspective of discourse analysis of campaign material, results show how crime-oriented speeches develop empathy among voters while enabling candidates to position themselves asymmetrically as leaders capable of ruling social conflict. Keywords (Source Unesco Thesaurus): Political field; political institutions; presidential campaigns; heads of state; punitive speeches; speeches; safety; Argentina. |
Resumo A insegurança urbana é parte central dos posicionamentos políticos nas campanhas latino-americanas nos últimos anos. A eleição presidencial da Argentina de 2015 esteve marcada pelas intervenções políticas diante da insegurança devido à emergente preocupação social. Nesse contexto, o objetivo deste artigo é verificar de que maneira os candidatos presidenciais se posicionaram no campo político a partir do discurso sobre a segurança urbana. Em termos específicos, este artigo revisa como os dois principais candidatos opositores da eleição presidencial argentina de 2015 utilizaram sentidos vinculados ao crime e como, a partir disso, foram posicionados na disputa. Este trabalho parte da hipótese segundo a qual, em uma conjuntura de enfraquecimento da cidadania sobre a política e as instituições, os candidatos optam por utilizar os discursos sobre o crime como modo de se posicionarem ante o eleitorado. A partir de um estudo qualitativo e da perspectiva da análise do discurso sobre material de campanha, os resultados mostram como o tratamento sobre o crime funciona como gerador de empatia com o eleitorado, ao mesmo tempo que permite aos candidatos se posicionarem assimetricamente enquanto líderes capazes de governar o conflito social. Palavras-chave (Fuente tesauro da Unesco): Campo político; instituições políticas; campanhas presidenciais; chefe de Estado; discursos punitivos; discursos; segurança; Argentina. |
Introducción
En épocas electorales, el campo político interpela a una ciudadanía preocupada por los problemas públicos y establece posibles resoluciones en clave aspiracional, más que como una definición de propuestas, como expresiones de deseo. Sobre esta senda, algunas elecciones presidenciales latinoamericanas estuvieron signadas en los últimos años por la seguridad urbana como parte central de su debate, como fue el caso de Chile en 2017, y de Brasil y México en 2018. Nuestro análisis se centra en Argentina durante 2015, cuando la elección presidencial se transformó en la primera en la que los principales espacios en disputa definieron parte relevante de su estrategia propagandística a partir de la violencia urbana. Ante este contexto nos preguntamos ¿cómo los candidatos en campaña incluyen los elementos simbólicos alrededor de la seguridad urbana? y ¿de qué modo su uso posiciona a los agentes del campo político en momentos electorales?.
Desde este artículo buscamos contribuir a los abordajes teóricos preocupados por el rol de los discursos punitivos en los procesos democráticos (Beckett & Godoy, 2008; Sozzo, 2016). En esta línea, el objetivo general es revisar cómo los vocablos sobre la inseguridad permiten al campo politico posicionarse electoralmente. En términos específicos, analizamos la forma en la que los dos principales candidatos opositores de la elección presidencial Argentina de 2015 utilizaron sentidos vinculados al crimen y cómo desde ellos se ubicaron en la contienda. Partimos de la hipótesis según la cual, ante una coyuntura de indiferencia y descreimiento de un segmento amplio del electorado sobre el campo político, los candidatos optan por moldear parte de sus intervenciones públicas desde el tópico de la seguridad urbana como modo de generar empatía con la ciudadanía. El foco está puesto en las campañas electorales en tanto momentos que permiten revisar los sentidos de la política, la democracia, la ciudadanía y el castigo. Desde una dimensión simbólica, en épocas electorales, es posible analizar los consensos acerca de los principales problemas públicos, ya que funcionan como espacios temporales apropiados para hallar significados de manera contextual y parcial.
Los debates alrededor de la inseguridad (en clave objetiva de los índices criminales, y subjetiva desde el punto de vista del aumento de la percepción social de la violencia urbana) surgieron paralelamente a los cambios experimentados por las democracias latinoamericanas en las últimas décadas. Durante la década de 1980, para muchos países, como Argentina, el retorno electoral implicó el restablecimiento de las bases de sistemas democráticos representativos y el desafío de alejar la amenaza dictatorial, así como un momento para revisar el rol de las Fuerzas Armadas y policiales que habían sido parte del aparato represivo en los años anteriores. En la década de 1990, la consolidación del modelo neoliberal profundizó los problemas asociados al crimen urbano y el delito callejero se instaló como sinónimo de inseguridad (Del Olmo, 2000; Pegoraro, 2001). En la primera década del siglo XXI, las políticas económicas de países como Argentina involucraron medidas capaces de revertir ciertas inequidades sociales, disminuir el desempleo y extender el soporte de las políticas sociales, aunque la violencia urbana no disminuyó hasta alcanzar niveles previos a la década de 1990.
En estas épocas cambiantes, la denominada inseguridad emergió como uno de los problemas centrales de la ciudadanía, el cuerpo politico y los medios de comunicación.2 Según Lagos y Dammert (2012), la opinion pública de 18 países latinoamericanos consideraba que la seguridad debía ser el tema prioritario tratado por sus gobiernos. En los últimos años, la preocupación puede ampliarse o disminuir respecto de los problemas económicos, pero sigue estando entre los primeros puestos de las mediciones (Latinobarómetro, 2017). La realidad argentina no está exenta de este contexto regional, pero tiene algunas características particulares respecto de los tópicos de la seguridad urbana y la democracia (Fleitas, 2014). Por un lado, en términos estadísticos, en Argentina, entre 1990 y 1999, los delitos contra la propiedad y las personas se incrementaron más del 99 %. Luego, según el Sistema Nacional de Estadística Criminal (SNIC), en 2003, se volvió a producir un alza y las cifras alcanzaron 2362 delitos contra la propiedad, 597 contra las persona y 7,93 homicidios, todo para una tasa de 100 000 personas. A partir de este año, los datos de delitos contra la propiedad y los homicidios tendieron a disminuir (no así los delitos contra las personas), aunque no de manera profunda, pese a los progresos económicos (Kessler, 2014). En este contexto, los datos del SNIC de 2015 indicaban un leve aumento de las variables centrales: una tasa de 1999 delitos contra la propiedad, 765 de delitos contra las personas y una tasa de 6,6 homicidios.
Desde el punto de vista de la valoración del sistema democrático, Argentina tiene uno de los índices más altos de la región (el 67 % en 2018 según Latinobarómetro), situación que no obstante se viene debilitando en los últimos años (en 2015 esta cifra rondaba el 70 %). Pese a la fortaleza del sistema democrático, la gestión política e institucional de la cuestión criminal es uno de los temas socialmente más sensibles. Como indica Bailey: “Para la seguridad ciudadana es central la credibilidad ciudadana en la policía y la justicia, así como su total cumplimiento sobre la ley” (2014, p. 20). En este país, aunque sea amplio el valor social de la democracia, la confianza sobre el sistema político y el sistema criminal es endeble, hasta el punto de que, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina (Salvia y Muratori, 2017), menos de la mitad de las víctimas de un delito se acerca a la comisaría a realizar una denuncia (48,4 % en 2015; situación que empeora a media que disminuye el nivel socioeconómico). Según datos de Latinobarómetro (2015), el 69 % de los encuestados en Argentina en 2015 tenían poca o ninguna confianza en el Poder Ejecutivo, mientras el 66 % no creían en el Poder Legislativo, el 71 % desconfiaban del Poder Judicial y el 65 % de la Policía. La erosión de la credibilidad no necesariamente se asienta en la victimización efectiva, sino en el sentimiento de la cercanía del delito y la falta de respaldo que los ciudadanos imaginan tendrían por parte del Estado en caso de convertirse en víctimas.
La escasa credibilidad en las agencias del sistema penal tiene como resultado una crisis de legitimidad del modelo del Estado soberano. No 8 Criminología electoral y posicionamientos de campaña... - Mercedes Calzado obstante, en momentos electorales, las propuestas de los candidatos buscan recuperar el simbolismo de un Estado fuerte, ya que se rehabilita la dimensión discursiva del funcionamiento deseable del sistema criminal. Tal vez por ello la seguridad se convirtió en uno de los temas centrales en 2015. Según datos del Observatorio de Comunicación, Política y Seguridad (2015), el 25 % de los encuestados consideraban en 2015 que la seguridad debía ser la prioridad del presidente electo; contexto ante el cual los candidatos opositores optaron por utilizar simbólicamente este tópico. Para brindar herramientas que aporten al entendimiento de este proceso, se presentarán, en primer lugar, las claves teóricas y metodológicas del estudio; luego, nos centramos en los posicionamientos de campaña para, hacia el final, brindar un conjunto de conclusiones que revisen riesgos y potencialidades de las herramientas puestas en juego en este artículo.
Discutir el problema
La preocupación por el tratamiento del crimen durante campañas electorales se convirtió en un objeto de estudio reciente y aún poco abordado en Argentina (Calzado, Fernández y Lio, 2013; Colombo, 2011; Dallorso y Seghezzo, 2015; Fleitas, 2014). Este tema fue tomado también por investigaciones de otras latitudes, especialmente en clave criminológica (Beckett, 1997; Garland, 2005; Gest, 2001; Simon, 2007), las cuales permiten entrever un problema sobre los discursos vinculados al delito en épocas electorales que desborda su localía o su regionalización. En Argentina, las investigaciones se han centrado especialmente en el análisis de las políticas criminales presentes en las promesas de campaña, sobre todo en contextos electorales locales. De ahí que en este artículo busquemos aportar a estas discusiones desde una perspectiva comunicacional que amplíe el grado de conocimiento respecto de las posibilidades del uso de los discursos sobre la seguridad durante las batallas presidenciales. Procuramos, en este sentido, sumar a la construcción de categorías que enriquezcan el debate de la comunicación política electoral en general, y de los discursos políticos sobre la inseguridad en particular. Consideramos a la vez que los aportes conceptuales aquí presentados tendrán la capacidad de ser validados o ajustados en nuevos corpus de trabajo y podrán ser útiles para conocer las transformaciones sobre los usos de la violencia en épocas de campaña.
Debilitada la apuesta correccional y rehabilitadora del estado de bienestar, algunos autores indican que durante el periodo abierto en la década de 1970 en los países del norte occidental se ponen en marcha prácticas y discursos sobre el crimen heterogéneos y muchas veces contradictorios. Garland (2005) considera que en las sociedades tardomodernas se producen dos tipos de respuestas frente a la caída del mito rehabilitador: las adaptativas y las politizadas. Las primeras se vinculan con estrategias pragmáticas adaptadas a los nuevos escenarios, particularmente centradas en la prevención situacional (denominadas por Garland “criminologías de la vida cotidiana”). Las segundas, enfocadas en la negación del otro y en el acting out, “abandonan la acción instrumental y racional y adoptan una modalidad simbólica” (p. 190). Estas últimas se encuentran más preocupadas por producir empatía con la reacción social ante el crimen que por las intervenciones puntuales durante la gestión gubernamental. Se trata de una criminología del otro (en términos del criminólogo norteamericano) en la que los espacios políticos toman la preocupación social por la inseguridad mediante planteos simbólicos de orden, disciplina y moral. La dramatización propuesta por el campo político al electorado diagnostica un escenario de guerra, la urgencia de establecer engranajes de defensa contra todos y todo aquello que amenace a la ciudadanía (entendida como un nosotros que excluye la diversidad y conflictividad) y reafirma el poder soberano del Estado.
En los procesos electorales cargados de discusiones alrededor del crimen, surge lo que denominamos en esta investigación criminología electoral, entendida como los discursos sobre la cuestión criminal, la definición de causas, consecuencias, posibles modos de resolución y posicionamientos puestos en juego durante las campañas. La criminología electoral se asienta fuertemente en las intervenciones simbólicas, aunque no abandona la presentación de posibles respuestas adaptativas como parte de su lógica de posicionamiento frente al votante. Para que la dramatización sea efectiva, las promesas de campaña deben girar sobre una dimensión que, al menos en términos retóricos, visibilicen un fin práctico de mejora de la vida cotidiana (por ejemplo, más videovigilancia o más control policial en las calles, tal como sucedió en la campaña de 2015).
Sobre esta línea de preocupaciones, revisamos la forma en la que los agentes del campo político utilizan los vocablos de la criminología electoral para posicionarse frente al votante mediante un capital simbólico específico: la notoriedad y la estima del público construidas desde la experiencia del político sobre la seguridad urbana. Las posiciones dentro del campo, en términos de Bourdieu, se definen “por su situación presente y potencial (situs) en la estructura de distribución de especies del poder (o capital) cuya posesión ordena el acceso a ventajas específicas que están en juego en el campo, así como por su relación objetiva con otras posiciones (dominación, subordinación, homología, etcétera)” (Bourdieu y Wacquant, 2005, p. 150). En nuestro análisis, los espacios opositores batallaron por la atención de los votantes a partir de un conjunto discursivo alrededor del crimen que, por un lado, generó empatía con un sector descreído de la ciudadanía (mediante una retórica de la dramatización) y, por otro, posibilitó apelar al liderazgo de la gestión de la seguridad (mediante una retórica instrumental que intenta resaltar la eficacia en el manejo del político de ciertas políticas criminales, aunque escasamente avanza sobre las especificidades de estrategias, planes y programas de acción). En la elección de 2015, los candidatos caracterizaron el problema de la seguridad de manera similar en una disputa por un capital simbólico sobre el diagnóstico y las propuestas sobre la seguridad que ninguno llegó a tener. De ahí que, más que cristalizar posiciones dentro del campo, el uso de los vocablos sobre el crimen nos permite identificar relaciones de homología y dominación con la ciudadanía (los profanos) en época electoral.
Siguiendo la perspectiva de Bourdieu, nos valemos de la caracterización del campo político en tanto espacio de lucha entre quienes tienen el capital político, quienes quieren acrecentarlo y quienes desean apropiárselo. En este espacio, se ejerce un “efecto de censura”, una “frontera entre aquello que es políticamente decible o indecible, pensable o impensable por una clase de profanos” (1981a, pp. 3-4). Por tanto, en la disputa electoral cobra relevancia el poder estructurante de las palabras (por ejemplo, in-seguridad, castigo, víctimas), su capacidad de visibilizar y de ocultar sentidos sociales.
Los agentes del campo político utilizan las categorías asociadas a la seguridad como una forma de mostrar su cercanía y conocimiento de los principales problemas sociales. Así, el agente político procura distinguirse de sus pares y configurar su propia identidad ante la ciudadanía (Collovald, 1988). Cuando el problema de la violencia es central para la opinión pública, parte de la producción de identidad de los candidatos se cobija en la producción de campañas que potencian la teatralidad política y las propuestas criminológicas adaptadas al miedo. En estos escenarios electorales, la distinción entre los actores políticos puede ser muy amplia en ciertos tópicos o tener un margen más estrecho en otros, como sucedió con la seguridad. De ahí que se produzca lo que denominamos brecha angosta de la criminología electoral, es decir, una escasa distinción cualitativa entre los candidatos en sus discursos sobre la cuestión criminal (el diagnóstico del problema y sus modos de resolución). La cercanía entre los discursos es el resultado de una percepción similar de los agentes del campo político: la inseguridad es la preocupación ciudadana central y habría un consenso respecto de causas, consecuencias y modos de resolución.
Herramientas metodológicas
La comunicación política suele ser analizada desde una óptica cuantitativa (Gitlin, 1978). Son infinitas las investigaciones que responden al paradigma conductista y al funcionalista; las más prolíferas son aquellas centradas en la agenda setting, capaces de brindar herramientas prácticas para comprender el mapa de los procesos políticos en términos comunicacionales (Nimmo & Sanders, 1981). Estas investigaciones identifican, por ejemplo, los tópicos electorales centrales, la forma en la que los temas se repiten o se esquivan según los elementos ideológicos de cada espacio o la pregnancia de los medios sobre las estrategias de campaña (Budge & Farlie, 1983; Kaplan, Park & Ridout, 2006; Petrocik, Bennoit & Hansen, 2003; Sigelman & Emmett, 2004). Pese a su caudal e importancia dentro del campo de la comunicación política, estas investigaciones son menos beneficiosas para comprender las formas simbólicas en las que estos tópicos son utilizados por los espacios políticos para legitimar condiciones de poder.
Las herramientas cualitativas responden los interrogantes acerca del por qué y del cómo de la comunicación política (Karpf et al., 2015). Si los sentidos sobre la inseguridad se desprenden de prácticas constituidas por elementos simbólicos y materiales de los procesos de control social (Hall, Chas, Jefferson, Clarke & Roberts, 1979/2013), un abordaje cualitativo potencia la revisión de textos imbricados con su contexto social y con sus condiciones simbólicas de dominación. Para centrarnos en los elementos simbólicos presentes en las campañas, recurrimos al análisis del discurso desde la concepción de mercado lingüístico de Bourdieu. Esta perspectiva repara en una producción lingüística conformada por agentes y productos situados en un sistema de posiciones en disputa por la autoridad respecto de la palabra. “Las relaciones de comunicación por excelencia que son los intercambios lingüísticos son también relaciones de poder simbólico donde se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores y sus respectivos grupos” (1985/2001, p. 11). Por tanto, examinar las características discursivas sobre la cuestión de la seguridad permite adentrarnos en las relaciones de poder simbólico que atraviesan y constituyen las palabras y posicionamientos de los candidatos.
Para revisar la validez de nuestro trabajo, intentamos dar respuesta al valor de la investigación respecto de cuán bien se desentrañan discursos sociales problemáticos que median el camino en que se percibe la realidad social y las personas (Saukko, 2003, p. 19). Ello implica, a la vez, comprender cómo se ubican los agentes (candidatos) en la definición de herramientas simbólicas (el discurso de la seguridad) durante la disputa electoral.
En términos prácticos, la tarea se realizó a partir de la recolección de información de documentos escritos y audiovisuales. Las unidades de análisis fueron los materiales de campaña de los dos principales candidatos presidenciales opositores en 2015 en Argentina: Mauricio Macri (Cambiemos, ganador de la contienda) y Sergio Massa (Unidos por una Nueva Alternativa [UNA], tercero en la elección). Las unidades de recolección fueron los spots publicitarios centrados en el tópico (cuatro de Massa y cinco de Macri, disponibles en los sitios de YouTube de los candidatos), los dos debates televisivos (disponible en el sitio web Argentina Debate), los sitios web de ambos espacios políticos (donde se hallaron además las dos plataformas electorales) y los perfiles de Twitter y Facebook. El material fue recolectado del 25 de septiembre (un mes antes de la primera vuelta electoral) al 22 de noviembre de 2015 (al finalizar la segunda vuelta). Una vez identificados los fragmentos vinculados a la seguridad en los documentos, construimos un corpus específico. Luego, definimos tres variables: seguridad, proximidad y liderazgo, localizamos los elementos simbólicos alrededor de estas variables y los colocamos en un grillado que codificara el material a partir de a) el problema (variable seguridad) desde la revisión del diagnóstico de situación, b) el nosotros (variable proximidad) desde la revisión de los usos verbales y no verbales de la primera persona del plural y c) el yo (variable liderazgo) desde el análisis del uso de la primera persona del singular, su vínculo con la tercera persona (usted, ustedes) y las propuestas (soluciones) del yo frente al problema y al nosotros. Una vez ubicados los sentidos repetidos dentro de la totalidad del material, construimos las conjeturas interpretativas mediante las intervenciones que consideramos más representativas.
El abordaje es sincrónico, aunque somos conscientes de la limitación de no encarar diacrónicamente el proceso de constitución del campo electoral vinculado con la seguridad en Argentina, así como la trayectoria de los candidatos y sus espacios políticos (Bourdieu, 1997). A la vez, atendemos a la dificultad de no revisar las estructuras de distribución del capital específico del manejo y conocimiento del tópico de la seguridad en todos los candidatos de esta elección.3 Por último, reparamos en que las intervenciones de los agentes son discursos que significan históricamente más allá de quien los emite (Foucault, 1976/1991). Por ello, más que medir la eficacia de la estrategia política, enfocamos la articulación entre sentidos y efectos de posicionamiento. En resumen, y pese a estas dificultades, revisamos en este artículo cómo los agentes del campo político se ubican frente al electorado mediante el discurso de la seguridad, ya que creemos que sus resultados pueden convertirse en un aporte conceptual y metodológico para el análisis de futuras campañas.
Posicionamientos en torno a la seguridad
El problema
El delito es una construcción cultural e histórica definido por la forma en que es percibido socialmente y por las posiciones que adoptan los actores involucrados en su producción. El posicionamiento político es parte central del proceso de enunciación y refuerzo de las configuraciones simbólicas sobre el crimen (entendido como problema social) y sus modos de resolución (Garland, 2005). La criminología electoral resignifica en campaña el problema del delito y genera intervenciones con el fin de ubicar un perfil del agente útil para interpelar al votante. En este sentido, que los candidatos traten el tema no implica que realicen propuestas puntuales desde el punto de vista de las políticas públicas, sino que lo utilizan para situarse frente a una preocupación social y mediática compartida.
En 2015, la falta de credibilidad en las instituciones vinculadas a la política criminal estaba instalada en la opinión pública argentina. Los espacios opositores, en especial Cambiemos y UNA, se posicionaron como capaces de visibilizar la crisis institucional, crisis que, según ellos, ocultaba el Gobierno Nacional. Particularmente en relación con el crimen, UNA planteaba ante las elecciones: “La inseguridad no es una sensación, es la realidad que viven diariamente millones de argentinos. A pesar de que Argentina tiene la tasa de robos más alta de Latinoamérica, el Gobierno Nacional ha optado por ignorar la gravedad de la situación, ocultando las cifras reales de la inseguridad y postergando su solución”.
El debate sobre la inseguridad como un problema real para algunos, y como conflicto percibido para otros, cobró fuerza en Argentina a partir de 2009. Durante este año el Gobierno Nacional dejó de publicar datos oficiales hasta el fin de su mandato debido a las críticas mediáticas que aparecían cada vez que las estadísticas veían la luz. La violencia urbana se transformó así en uno de los tópicos centrales de posicionamiento político crítico contra el Gobierno de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
En 2015, la discusión sobre la seguridad se reavivó y los candidatos opositores recordaron y acordaron que el problema estaba lejos de ser una sensación. Como resultado, los dos principales agentes no oficialistas de la carrera presidencial plantearon estar ante una crisis de inseguridad y recalcaron la importancia de comenzar a medirla a través del desarrollo de “un Sistema integral de estadísticas criminales” (Plataforma electoral, Cambiemos).
Pese a acordar en la escasez de información gubernamental, las intervenciones de campaña trabajaron sobre la percepción de una “situación objetiva” legitimada a partir de datos no oficiales capaces de otorgar carnadura al miedo. “Ocho de cada diez argentinos se siente inseguro. Existe en la sociedad una percepción de ausencia de justicia. El costo anual de las tasas actuales de delito es, creemos, del tres por ciento del PBI”, indicaba el mismo documento apelando a datos poco certeros, pero datos al fin. La sensación de riesgo permanente se robusteció gracias a las estadísticas extraoficiales. Como considera O’ Malley, el riesgo “se trata de una técnica estadística y probabilística, a través de la cual grandes cantidades de eventos son clasificados en una distribución que a su vez es utilizada como un medio para hacer predicciones probabilísticas” (2006, p. 31). Dato oficial o dato construido por consultoras privadas, las cifras tienen en campaña un valor de objetividad y neutralidad que resalta la existencia de un escenario crítico. La materialización del peligro a través de la estadística vuelve al peligro “real” por un diagnóstico que no requiere una contraparte numérica oficial.
El dato, incluso insertando la idea de un “creemos”, apoya las intervenciones del campo político respecto de la objetividad de una situación crítica vivida por la ciudadanía que requiere acción por parte de la política. “Es la realidad que padecen millones de argentinos todos los días. Ignorar el problema o subestimar la necesidad de abordarlo con firmeza contribuye a profundizar las heridas que este flagelo social está produciendo en nuestra sociedad, poniendo en riesgo la paz y la cohesión social” (Massa, 2015, p. 35). El deseo de orden compartido por los agentes del campo político y por un segmento importante de los votantes se transforma en la propuesta de “una sociedad en la que la calle vuelva a ser de los ciudadanos, una comunidad en donde reine la armonía de una sana convivencia y en la que cada uno de nosotros pueda vivir con la seguridad de que su vida está protegida y a salvo, y donde la vida y la libertad sean valores supremos y realizados” (Plataforma Cambiemos). Libertad y seguridad entran en una tensión característica de las sociedades contemporáneas, ya que la promesa de ser libres reviste la idea de serlo en una estructura armónica de un nosotros que deshecha el conflicto producido por los ajenos.
Por tanto, Cambiemos y UNA promovieron en su campaña el uso de vocablos sobre la seguridad a partir de un diagnóstico común de peligro crítico, oculto según estos espacios por el Gobierno Nacional, y de la premura de una intervención efectiva sobre el crimen. La definición del delito como un problema central produjo que ambos candidatos opositores se posicionaran frente a la ciudadanía de manera similar. Esto nos lleva a la primera conjetura revisable en futuros trabajos: ante escenarios de escasa credibilidad institucional, la seguridad puede funcionar como un capital específico de candidatos que procuran mostrar el conocimiento sobre un entorno de peligro, aunque esta disputa, más que reforzar las diferencias entre los diagnósticos de los candidatos, puede profundizar las similitudes y subrayar la tendencia hacia la “brecha angosta de la criminología electoral” con diagnósticos y soluciones muchas veces compartidas.
Proximidad
Los espacios políticos contemporáneos se enfrentan al desafío de encarar la escasa credibilidad del electorado en las instituciones políticas, incluso a veces en el mismo proceso electoral. La disputa en Argentina no escapó de esta hipótesis. En los últimos años, la percepción de inseguridad profundizó la grieta entre los responsables de las políticas públicas y la ciudadanía, entre las instituciones vinculadas al sistema criminal y las víctimas. Desde el tópico securitario, los candidatos visibilizaron en 2015 imágenes y palabras con capacidad de definir un nosotros común, de humanizar a los políticos rechazados por los votantes (los profanos en términos de Bourdieu) y los perfilara como personas comunes con quienes identificarse (Schnapper, 2004). Estas estrategias pusieron en escena la proximidad con las víctimas mediante imágenes de candidatos rodeados de personas con las que compartían la preocupación por el peligro delictivo, tal como se evidenció en las expresiones de las fotografías que circularon en redes sociales y spots electorales. Los candidatos mostraron su inquietud por la seguridad y resaltaron la empatía con víctimas reales y potenciales. Este lazo se visibilizó, por ejemplo, mediante retratos de los protagonistas de la elección en sus redes sociales: “@SergioMassa escucha a @pablorprocopio hermano de Sandro, víctima de la inseguridad” (Massa, 2015). Mediante una retórica del peligro consolidaron una interpelación empática a un ciudadano cuya prioridad era que el próximo presidente interviniera sobre el problema. Los candidatos centraron la legitimidad de sus actos en campana y de sus promesas de futuras acciones a cargo del Poder Ejecutivo nacional en la cercanía que tendrían como gobernantes con los damnificados por la delincuencia. En última instancia, el proceso de “mostrarse al lado de las víctimas es recuperar un poco del poder de representación” (Garapon & Salas, 2007, p. 75). Ello explica por qué los discursos de los principales opositores dramatizan las palabras que describen las escenas y refuerzan la apelación a las víctimas:
Hoy quiero contarte cómo vamos a poner fin al miedo. Porque estamos sumergidos en una cultura de la violencia que nos tiene a todos los argentinos con temor a que maten o lastimen a nuestras familias. Vivimos detrás de rejas, custodiados por cámaras de seguridad, por alarmas, como si viviéramos en una guerra. Pero igual tenemos miedo. (Cambiemos)
El nosotros inclusivo estuvo presente en las intervenciones de los postulantes estudiados porque, como parte del campo político, utilizaron los vocablos de la seguridad como una forma de acercarse al electorado, de mostrar una simetría en la preocupación y, por qué no, en la vulnerabilidad.
Recalcar la cercanía con quienes sufrieron hechos criminales y apelar a la ciudadanía como víctima permite inferir que el tipo de estrategia que imperó en la campaña de 2015 sacó el foco del individuo criminal para imprimirlo en la posibilidad concreta que tendrían los ciudadanos de eventos desdichados y violentos. Sin dejar de reafirmar el mito del Estado soberano en sus postulados públicos, los candidatos abandonaron, por un momento, su manto de agentes pertenecientes a espacios alejados del ciudadano, para mostrar las preocupaciones de cualquier argentino sobre la violencia urbana.
La estrategia del dramatismo apeló a las vivencias de los candidatos con las víctimas: “He compartido largas charlas con distintas organizaciones de argentinos que han perdido a sus seres queridos por el delito. Duele en el alma cada una de esas historias” (Massa, 2015, p. 33). Las publicidades insistieron en visibilizar a los políticos compartiendo su tiempo con quienes sufrieron en carne propia la violencia o con quien pudiera sufrirla. Hacia este destinatario se dirigieron las campañas. “Cada vez que tenga que pensar en una medida vinculada con el delito, voy a pensar en ellos” (Massa, 2015, p. 33). La forma de identificación de estos agentes del campo político con el ciudadano fue a partir de su caracterización como víctima de un peligro inminente, de pararse en el espejo de algo que les podría pasar a ellos mismos. Apelar a estas víctimas concretas buscó, a la vez, lograr una cercanía con todos aquellos percibidos como potenciales damnificados. Desde allí la “víctima-candidato” utiliza el orden público para aproximarse a la “víctima-elector” y configurar un nosotros común que comparte la situación de peligro.
Desde estos datos surge una segunda conjetura para analizar otros momentos electorales: la seguridad es un elemento simbólico que permite interpelar a los votantes en clave de un malestar social compartido entre representantes y representados. El posicionamiento de la semejanza hace posible que los espacios políticos generen empatía con el electorado, ya que tanto los ciudadanos (profanos) como los políticos vivirían, experimentarían de manera común, el peligro de las ciudades. Esta estrategia invisibiliza que los dos espacios políticos analizados eran gestores del Estado y de mecanismos de control criminal.4 Cuando trataron la seguridad en campaña, se desprendieron de la responsabilidad de la gestión para pararse, inicialmente, desde el lugar de la misma preocupación que el electorado. “No estamos viviendo en la Argentina con la tranquilidad que solíamos hacerlo. Lamentablemente pensamos por dónde vamos, a qué hora salimos, nos preocupa cuando nuestros hijos salen de noche, estamos con las rejas, sabemos que corren peligro nuestros hijos por un par de zapatillas, por un celular”, recordó Macri durante el debate presidencial. La sacralización del que sufre, la compasión que despierta, es parte central de las sociedades de seguridad (Gros, 2010). Las imágenes y los discursos de los candidatos buscaron vincular la inseguridad, la piedad que provocan las víctimas, y la cercanía de quien entiende de cerca qué sucede y puede acceder tras la campaña a un cargo nacional para cambiarlo.
Liderazgo de la seguridad
La cercanía es un posicionamiento de semejanza, no de entera igualdad y equivalencia. Allí el segundo mecanismo se pone en juego: los candidatos presidenciales deben superar la simetría con el electorado porque tienen que mostrar su habitus específico, un saber que los habilita a gobernar la violencia urbana. Por tanto, el segundo posicionamiento para interpelar a la ciudadanía a partir de la inseguridad es el liderazgo.
El complemento de la retórica de proximidad, de simetría entre candidato y electorado, es una retórica asimétrica, que adiciona el rasgo faltante a la relación entre ambos espacios del campo social. Es decir, la proximidad no puede ser totalmente equilibrada, ya que los agentes del campo político muestran que experimentan el mismo temor que los profanos, aunque a la vez recuerden su capacidad de ponerse al frente de las dificultades sociales.
Por eso, “si queremos resolver el problema de la inseguridad, tenemos que empezar por reconocer su gravedad y entender las causas que lo originan” (Massa, 2015, p. 35), asegura el candidato de UNA en una declaración que ejemplifica el paso de la complementariedad a la asimetría. El agente del campo político entiende y experimenta la gravedad de la criminalidad como cualquier ciudadano, pero también recuerda que tiene el conocimiento y la experiencia para resolverlo, y refuerza su capacidad diferencial para gobernar el delito. En términos de Bourdieu: “La acción propiamente política es posible porque los agentes, que son parte del mundo social, poseen un conocimiento (más o menos adecuado) de ese mundo y pueden actuar sobre el mundo social operando a través de su conocimiento” (1981b, p. 69). La víctima es el profano sin los medios que otorga el Estado para actuar frente a la violencia urbana. Así, del “nosotros víctimas” (candidato ≈ ciudadano), los candidatos se reposicionan en la definición de “nuestras víctimas” (candidato ≥ ciudadano) y recuperan la imagen de liderazgo frente a un electorado que descree de la política y sus instituciones.
La campaña de 2015 transmitió imágenes propagandísticas sobre seguridad urbana que robustecieron los perfiles enérgicos de los agentes del campo político. Los aspirantes a la presidencia protagonizaron actos públicos mediatizados al frente de cientos de agentes policiales locales y mostraron cómo revisaban con seriedad el trabajo de los centros de videovigilancia. Las respuestas adaptativas de la campaña como formas eficaces de resolución de la inseguridad (como las policías de cercanías o las cámaras de videovigilancia) se asociaron a la dramatización a través del uso de imágenes junto a las víctimas. También ambos candidatos apostaron a propuestas de ampliación del uso de tecnología para enfrentar el narcotráfico y hasta la modificación penal para delitos graves. En estos últimos casos, la publicidad vigorizó sus tonos y las declaraciones determinantes desde la primera persona del singular: “Como Presidente voy a asumir la responsabilidad de combatir la inseguridad y el narcotráfico de manera personal, sin delegárselo a nadie” (Massa, 2015). Durante la carrera, ambos oponentes alternaron imágenes de vecinos con ladrillos de cocaína, aviones de caza, lanchas, helicópteros militares y ejércitos policiales. La “urgencia de la situación” de los discursos recordó la determinación que asumirían como futuros gestores del Gobierno central.
En esta línea, los candidatos se unieron en un diagnóstico similar sobre la magnitud del problema (la emergencia) y la urgencia de la intervención. El postulante de Cambiemos aseguró que declararía “la emergencia nacional en materia de seguridad”, sin aclarar el significado de esta medida. En términos amplios, planteó: “En los primeros cien días vamos a entrar en los barrios más peligrosos de la Argentina en un plan de pacificación” (Macri, Argentina Debate 2015). Urgencia y pacificación se utilizaron de manera similar en el Facebook de Massa (2015) que proponía “decretar la emergencia en seguridad para construir la paz y tranquilidad para los argentinos”. El sentido de la “emergencia” es una muestra de fuerza singular de parte de quien la emite, y un modo de entendimiento de las vivencias y demandas de la ciudadanía.
En resumen, los contrincantes compartieron el diagnóstico según el cual la inseguridad debía ser un problema resuelto de forma prioritaria por la próxima gestión. “Si el próximo presidente no resuelve el tema de la seguridad, va a pasar sin pena ni gloria”, asegura Massa (2015) según recupera el perfil de Facebook de su espacio político, el Frente Renovador. Los representantes del campo político mostraron su capacidad de colocarse frente a la gestión de la seguridad, estrategia desde la que reforzaron una identidad de liderazgo. De ahí surge una tercera conjetura para analizar momentos electorales: la seguridad es un elemento simbólico que permite a los candidatos mostrarse firmes, eficientes y con capacidad de liderazgo para enfrentar los problemas sociales. El mecanismo de asimetría recuerda que la seguridad es un problema de definición, de decisión y de conocimiento práctico y técnico del candidato.
Los mecanismos de simetría y asimetría con la ciudadanía manifiestan la dificultad y fortaleza que el campo político tiene al centrar la batalla electoral en la seguridad (tabla 1). Se trata de una dificultad porque los espacios opositores visibilizan su experiencia en la gestión de la cuestión criminal, y ello los podría involucrar dentro del mismo estado de situación que critican. Pero desde allí surge la fortaleza, ya que la elasticidad de los vocablos de la seguridad es tal que los oponentes se pueden correr del centro de la crítica de lo que no hicieron como gestores locales, para ubicarse como una víctima más. Desde esta simetría con los electores, se reposicionan luego por encima de la ciudadanía de la que recuerdan formar parte, para ubicarse como potenciales líderes en la batalla contra la violencia.
Tabla 1. Criminología electoral. Matriz de posicionamientos
Variable |
Herramientas de revisión |
Enunciación |
Mecanismo |
Resultado/conjetura |
Seguridad |
Cómo se define la situación. |
Problema. |
Diagnosis |
Seguridad = Capital específico que revela el conocimiento sobre el entorno (experiencia). |
Proximidad |
Qué nos pasa. |
Nosotros. Retórica de la dramatización. |
Semejanza |
Seguridad = Elemento simbólico que acerca la figura del candidato a la ciudadanía (estima). |
Liderazgo |
Saber/soluciones. |
Yo. |
Diferencia |
Seguridad = Elemento simbólico que incrementa la fortaleza del líder y el conocimiento sobre los modos de resolución del problema (notoriedad). |
Fuente: elaboración propia según datos del material de campaña de Cambiemos y UNA.
Conclusiones
Este trabajo revisó cómo en la elección presidencial de Argentina en 2015 el manejo de la cuestión de la seguridad urbana se convirtió, en tanto capital específico, en un discurso de posicionamiento del campo político frente a los electores. Por primera vez en una elección presidencial, la inseguridad fue un eje que definió una parte importante de la estrategia propagandística nacional. De ahí a la primera conclusión y conjetura que consideramos podrá ponerse a prueba en futuros trabajos: frente al descreimiento por parte del electorado sobre los miembros del campo político, sus agentes recurren al discurso de la seguridad, en tanto capital específico de intervención sobre una preocupación social central, y buscan mostrar su alto nivel de conocimiento sobre el tema.
Así, en estas páginas, analizamos algunas formas utilizadas por los candidatos para ubicarse frente a la seguridad. El modo de poner en juego su discurso se alejó del planteo de promesas puntuales y se acercó a propuestas en clave aspiracional (simbólicas y adaptativas). En este sentido, los principales candidatos opositores tomaron la cuestión criminal para mostrar su capacidad de acercarse al electorado y de sus condiciones de manejar el conflicto. Como resultado, surgieron dos (posibles) modos en que los agentes del campo político configuran sus intervenciones desde la criminología electoral, o sea, del discurso de la seguridad. El primer mecanismo, resultado que es capaz de funcionar como segunda conjetura, es la puesta en juego de un posicionamiento simétrico que destaca la empatía con las víctimas (en sentido amplio, tanto damnificados de hechos delictivos como cualquier ciudadano que potencialmente se pueda convertir en tal). El segundo mecanismo es asimétrico y da lugar a la tercera conclusión y conjetura posible para futuros abordajes: el discurso de la seguridad en campaña refuerza la identidad de liderazgo de un candidato. Por tanto, la intervención discursiva de los agentes políticos en escenarios electorales de escasa credibilidad busca ser fuertemente simbólica y ubicarse en una zona cercana a la dramatización del peligro y a la cercanía con los ciudadanos retratados como víctimas reales o potenciales. Pero, a la vez, los oponentes acompañan la teatralización del temor con la presentación de respuestas adaptativas que, si bien no son definiciones concretas de políticas públicas, son planteos retóricos acerca de acciones generales que visibilizan un posible fin práctico en la vida cotidiana de los ciudadanos.
En resumen, los resultados del análisis de los discursos electorales de 2015 aportan elementos al análisis cualitativo de la comunicación política electoral, aunque somos conscientes de ciertas limitaciones. La primera está asociada al riesgo de revisar las conjeturas en una sola elección nacional, y a través de solo los principales candidatos opositores, sin avanzar en un contexto histórico más amplio que considere similitudes y diferencias con otros oponentes y otras campañas electorales, incluso en clave local y provincial. También reconocemos la limitación de revisar las conjeturas a partir de una contienda presidencial del periodo en solo un país de la región. Estas limitaciones buscarán ser soslayadas en próximos estudios en los que utilizaremos la matriz y las conjeturas aquí propuestas para comparar la elección analizada con otras carreras presidenciales nacionales y regionales. La tercera dificultad que reconocemos se vincula con la revision de los modos de interpelación a la ciudadanía sin trabajar en paralelo las formas en las que el electorado las interpreta. No desconocemos que el regimen de verdad impuesto por el discurso político está sujeto a una escena de reconocimiento por parte de las ciudadanía. De ahí que futuros trabajos retomarán la pregunta por las relaciones de poder simbólico entre representantes y representados.
A pesar de estas limitaciones, el escenario político actual revela el lugar que el discurso sobre la seguridad tiene en términos simbólicos en América Latina. Consideramos, entonces, que las conjeturas presentadas en este trabajo serán herramientas para analizar el modo en que se producen, circulan y disputan los sentidos de la violencia, el orden, la democracia y el Estado en diversas intervenciones políticas de campaña.
Notas
2 La inseguridad es una construcción cultural e histórica que implica la definición de los márgenes de la violencia tolerable y lo no tolerable. Seguimos, en este sentido, la noción de sociedades de seguridad (Foucault, 2006) en la que la protección, en tanto imperativo categórico de la gestión política, se convierte en elemento central para el gobierno de las poblaciones. En el caso particular de análisis, consideramos que la dimensión de la inseguridad surge en los vocablos políticos de los espacios opositores en disputa de 2015 como parte de lo no tolerable desde el punto de vista de la criminalidad (seguridad de los bienes y de las personas), y de manera muy secundaria en tanto dimension de la protección social, vejez, salud, etc. (Castel, 2004).
3 El candidato del partido gobernante Daniel Scioli (Frente para la Victoria) utilizó en su campaña lenguaje y propuestas en torno de la seguridad, al igual que Adolfo Rodríguez Saá (Compromiso Federal). Incluso el tema fue abordado por aquellos que no incorporaron la seguridad como eje de campaña, como Margaritza Stolbizer (Frente Progresista) y Nicolás del Caño (Frente de Izquierda y de los Trabajadores).
4 Macri fue jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires entre 2007 y 2015, mientras que Massa fue intendente del Partido de Tigre en la Provincia de Buenos Aires entre 2007-2008 y 2009-2013.
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